Esperando la gloriosa venida del 'legado Lorca'

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Imagen de archivo de Federico García Lorca
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Fue en el invierno de 1985. En el salón de comisiones se procedía a la firma del documento por el que la Huerta de San Vicente pasaba a ser propiedad municipal. A un precio nada simbólico que la memoria no me deja precisar, en pesetas de aquel año y en una tarde parda y fría, más machadiana que lorquiana: repiqueteo de la lluvia en los cristales. En presencia de Isabel García Lorca, hermana del poeta, Antonio Jara, entonces alcalde, entregó a Manuel Fernández-Montesinos, sobrino del poeta, el talón bancario correspondiente. El heredero lo engarzó en el bolsillo interior de la chaqueta y a continuación espetó:

-Este es un buen momento para que el Ayuntamiento ceda a la Fundación la gestión de la Huerta de San Vicente.

La Fundación era ya, en ese 1985, la Fundación Lorca, la misma cuya catastrófica gestión ha dado lugar a un conflicto de ilimitada duración que impide el traslado a Granada del ‘legado Lorca’, objetivo para el que se construyó un centro en el centro de la ciudad cuyo coste -por seguir en la moneda de aquellos días del 85- dicho en pesetas asusta más que si se dice en euros.

A Fernández-Montesinos -que apenas unos años atrás había sido diputado socialista por Granada- el alcalde socialista de la época le replicó sin pestañear:

-Devuélvenos el cheque…

Y ahí (no) quedó la cosa. El pudoroso paréntesis viene a enmascarar en negativo lo que pareció terminar aquella tarde pero no había terminado. Años después, ya mediando los noventa, otro ‘prócer’ de la ciudad visitó en Madrid la Residencia de Estudiantes, donde aposentaba y aposenta la Fundación Lorca. Interlocutores en aquella sala volvían a ser el mismo Fernández Montesinos y la misma Isabel García Lorca, hermana del poeta que al “buenos días” del visitante envidó lanzando un sobre a la mesa:

-¡Dinamite usted eso!

‘Eso’ que había que dinamitar era un paquete de fotografías del actual Parque García Lorca, entonces en obras y, por consiguiente, un espacio en ese momento abierto en canal, pleno de cascotes que afeaban el entorno de la Huerta de San Vicente y no auguraban lo que ahora es. A la señora se le hizo ver, mal que bien, que aquello era momentáneo, provisional… que había habido un concurso público de ideas, que se estaba ejecutando el proyecto ganador… Pareció entrar en razones y terminó cambiando de opinión cuando, al fin, a la Fundación se le ofreció la gestión de la Huerta de San Vicente.

Así acabaron los resquemores contra el Parque: con la gestión familiar de la Huerta. Hay más episodios que perlan la difícil relación de una ciudad que arrastra con sus herederos directos el complejo de culpa por haber asesinado -una mitad- o no haber sabido defender -la otra mitad- a su mejor poeta y el hijo más universal que ha dado. Rememoro estos dos episodios tal vez para resituar la dificultosa salida de estos días de tensa espera, cuando se insinúa la gloriosa venida del legado por goteo, esto es: una pieza hoy; mañana, un dibujo; pasado, si sois buenos, un manuscrito... Quizá es que ha llegado el momento de enseñar los dientes. Aquí no estamos hablando de poesía, aquí estamos hablando de dinero.







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