El futuro después del 26 de junio

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Foto: Twitter
Pedro Vaquero del Pozo
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¿Fracaso? Todos los medios y tertulianos destacan que si los partidos políticos no se han puesto de acuerdo y vamos a otras elecciones el 26 de junio, es un fracaso. Y buscan culpables. Yo, por el contrario, opino como Benjamín Prados que es un éxito de la coherencia de los partidos, que han sabido apearse de parte de sus programas, pero que no han querido traicionar sus respectivas ideologías.

Desde el momento en que el Comité Federal del PSOE (los barones y la baronesa Susana Díaz) le marcó a Pedro Sánchez las líneas rojas de que ni con el PP ni con el derecho a decidir, no era tan difícil acertar pronosticando que estábamos advocados a repetir elecciones generales el 26 de junio de 2016:

  1. a) No podía haber la gran coalición encabezada por el PP: Rajoy no tiraba la toalla tan fácilmente (factor subjetivo), pero es que al PP le interesaba (factor objetivo) desgastar al PSOE en su descabellado intento de Pedro Sánchez por sumar lo imposible, y ello era objetivamente factible desde el momento en que Rajoy le deja la pelota de la candidatura a la investidura a un Pedro Sánchez acosado por sus barones y dispuesto a intentar esa fuga hacia adelante que ha protagonizado. Las encuestas dan la razón a este parámetro, bien intuido por los líderes del PP: el PP se recupera un poco, Ciudadanos más, mientras que el PSOE prosigue en su caída y Podemos acusa electoralmente su primer desgaste.
  2. b) No era posible mezclar el aceite y el agua de Podemos y Ciudadanos, y por tanto estaba condenado al fracaso el proyecto de Pedro Sánchez. La mayoría de votos que el “líder provisional” del PSOE podía sumar era con un Podemos que claudicase de su tesis de apoyo a un referéndum en Catalunya, pues estaba descartado por los barones del PSOE y Felipe González ni tan siquiera hablar con los nacionalistas. Y para sumar los votos necesarios en la investidura había que sustituir los votos de apoyo o abstención de los nacionalistas por los 40 votos de Ciudadanos, con el permiso de un Podemos claudicante. Así pues, el acuerdo PSOE-Ciudadanos tenía por objetivo táctico hacer renunciar a Podemos de ese intento de conseguir la abstención nacionalista al gobierno PSOE-Podemos, desgastando a su vez el liderazgo de Pablo Iglesias dentro de Podemos.Pedro Sánchez lo consiguió con Errejónpero no con el 88% de Podemos que ha seguido consecuente a Pablo Iglesias. Lo que demuestra que el regeneracionismo surgido del 25-M contiene mucha ideología y masa crítica de izquierdas, se quiera o no se quiera por los propios líderes de Podemos y, sobre todo, por los representantes de la derecha y del sistema (banqueros, tertulianos, etc).

Después del 26-J, ¿qué puede pasar? Habrá que ver por dónde se apea el voto popular, influido previsiblemente por varios factores: el desencanto propio o inducido que provoca el cacareado “fracaso” de los políticos que no han conseguido entenderse entre ellos, lo que traerá un incremento de la abstención; el desgaste del voto sociológico de izquierdas (incluido el socialista) que se alimenta con el fracaso del fallido intento de Pedro Sánchez; el auge del populismo derechizante (miedo al terrorismo); la climatología propia de la fecha…

El que Podemos e IU-UP vayan juntos a esas elecciones del 26-J podrá producir un interesante vuelco del previsible desgaste de Podemos, y por tanto un revulsivo del voto de izquierdas, que conseguirá no sólo sumar 5+1 millones de votos, sino quizá multiplicar los apoyos que toda unidad suscita; pero sobre todo puede conseguir desplazar al PSOE del segundo puesto en el ranking de los partidos, y su sustitución por esa unidad de izquierdas cuyo nombre está aún por definir, que puede pasar a ser la segunda fuerza política, por detrás de un PP débil y en proceso de regeneración.

Tanto si este escenario se produce como si la correlación de fuerzas es sustancialmente igual a la actual, puede crearse una nueva situación en el autoproclamado “bloque constitucional” (PP, PSOE, C’s): que como consecuencia del fracaso de Pedro Sánchez éste sea sustituido por un líder socialista de transición (Susana se preservaría para otro mejor momento) dispuesto a tragarse un nuevo líder del PP que sustituyera a Rajoy. Pese a la caída del PSOE, la suma de los tres daría para una mayoría suficiente muy del gusto del sistema, de Bruselas y Merkel, liderada por un/una joven del PP o un/a “independiente” tecnocrático/a dispuesto/aa mantener las políticas de ajuste fiscal, de sujeción al tinglado Euro-UE-Deuda, de una reformita de la Constitución para que nada cambie en el ámbito de la configuración territorial del Estado, y de una nueva ley electoral que garantice la gobernanza hegemonizada por una mayoría conservadora. Todo ello presentado como un acuerdo responsable entre las fuerzas que pretenden dos objetivos: 1º “regenerar” la política (rejuveneciendo: que todos cambien para que todo permanezca), y 2º evitar la llegada de un gobierno de izquierdas proclive al adjetivado como aventurero del euroescepticismo, y portador en sí mismo de un modelo disolvente dela configuración territorial unitaria.

Si in extremis esta jugada del sistema se adereza con la amenaza velada del posible advenimiento de un nuevo populismo de derechas como alternativa, simplemente autoritario o directamente dictatorial, entonces este gobierno presuntamente de unidad derechaPP-centroC’s-izquierdaPSOE sería presentado como la única salida “democráticamente” aceptable.

Tras el 26-J no es de esperar el gobierno de izquierdas que deseamos, sino el del chantaje del sistema. Pero hay que intentarlo. La unidad IU-Podemos es imprescindible. Porque hay que preparar las elecciones de 2020… o de antes incluso. Quién sabe.







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