El color de los Goyas

Un repaso a lo que dio de sí la gran gala del cine español.

dani rovira
Dani Rovira fue uno de los protagonistas de la noche | Foto: Archivo
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A lo largo de una interminable retrasmisión de la XXIX Edición de los Premios Goya, que ponía a prueba la resistencia cinéfila de cualquiera de quienes la presenciamos, solo comparable con los visionados de Ben Hur o Los Diez Mandamientos en versión extendida, pudimos escuchar una y otra vez la calificación, con toda probabilidad consigna pactada,  de «la gran fiesta del cine español» en boca de actores, presentadores, políticos y críticos, como el insigne Boquerini.

Pero creemos, desde aquí, que habría que añadir una segunda frase, que también se ajusta como un guante, nunca mejor dicho, a la entrega de premios del sábado: «la gran fiesta de la alta costura patrocinadora», porque en eso se convirtió la alfombra roja, comentada por un Jesús María Montes-Fernández, que producía pavor con sus comentarios, eso sí, aquellos que se llegaban a entender.

Hasta aquí escaparate.

Añadamos una tercera apreciación: «la gran fiesta del monólogo» y aquí debemos de reconocer que, por muy diestro que sea Dani Rovira en estas lides cómicas, no hay cuerpo que aguante tanto, a pesar de que se agradeciera el gracejo andaluz que imprimía el presentador. A punto estuvo de cantar «los goya tienen un color especiaaaaal».

Desacertada, aburridísima y decepcionante la intervención ¿musical? de Alex O’Dogherty, como inesperado el recital de Miguel Poveda cuando ya los cuerpos se enfrentaban al sillón o al sofá con manifiesta rebeldía. Ni siquiera el gin tonic calmaba, a esas alturas, los ánimos.

A pesar de todo, hemos de reconocer la frescura que tuvo Rovira en sus improvisaciones, entre las mejores las que hicieron referencia a su ya amigo Nacho, representante del Mordor estatal que alimenta a sus orcos con los beneficios inesperados del cine español. Puede que estuviera a la altura de la empanadilla de Móstoles.

¡Bravo, Dani, sacaste una sonrisa más que limpia!

La parte positiva, los premios en sí, donde La isla mínima acaparó los grandes, película, director y actor principal a un merecido Javier Gutiérrez.

El dúo Machi-Elejalde compartieron lecho y tricornio en mejores secundarios por Ocho Apellidos, que sumó el de Actor revelación para el presentador del evento.

El Niño se llevó cuatro goyas a producción, sonido, efectos especiales y canción que, de seguro, supieron a poco a Daniel Monzón.

Proponemos para el próximo año que:

1.- Javier Fesser trabaje en Mortadelo y Filemón como conductores de la gala.

2.- El realizador vaya más fino, queda poco profesional los planos centrados en los movimientos de pies del cámara.

3.- Dejen a un lado la feria de abril y le den una oportunidad a la muñeira, que también tiene su gracia.

4.- Se utilice cinta americana para sellar los labios de los premiados y recordarles que el evento no es un Facebook donde uno se acuerda hasta del gato de su abuela, queda poco elegante y fuera de lugar.

5.- ¡Magníficos montajes de vídeos!

6.- ¡Magnífica Ana Belén!

7.- ¿Alguien puede estar pendiente del reloj?

8.- ¿Alguien le puede recordar a Almodóvar que el silencio es el mejor desprecio?

Por último, desde esta tribuna, deseamos al cine español que siga colaborando a las arcas del Estado, no solo porque devolverán así las subvenciones, que los contribuyentes aportaron en su momento, sino porque será signo de que al menos hay una parte de la industrial, la del cine, que está saliendo de la crisis, aunque le de así la razón a los de Wert.

Amén.







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