Acoso

Hay quien le gusta llamarlo bullying

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Imagen ilustrativa sobre acoso
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Putearlos. Romperles la vida cuando apenas hay vida. Dolor oculto. Miro a Dani y me interrogo: cómo es su vida, qué hará en el colegio, cuáles serán sus miedos, estará entre los que sufren y por miedo miran para otro lado....

Hay quien le gusta llamarlo bullying. En inglés suena más lejano, como si no fuera con nosotros. Cabe dentro de la hipocresía con que nos conducimos en esta vida. En 1996, ya han caído años, la OMS publicó un informe sobre el acoso en los colegios europeos. España ni aparecía en el ranking. Los mejores compañeros resultaron ser los niños noruegos. Incluso en el ámbito escolar se firma el denominado Manifiesto contra el acoso escolar, que obliga a los maestros noruegos que voluntariamente lo firman, a poner todos los medios a su alcance para evitar el acoso. Si un alumno es acosado en horas lectivas, profesores, padres y autoridades educativas pueden ser llevados a juicio, y en ulterior instancia, condenados.

Hasta ahora ninguno lo ha sido. Pero es un paso importante, un paso que nosotros aún no hemos sabido dar. Por eso me pregunto si nuestros hijos están entre los que callan, entre los que tienen miedo a que se fijen en ellos, entre los que les aterroriza ser la próxima víctima… me pregunto por los de la ley del silencio: cómo hacerles ver que es precisamente ese silencio el que les hace impotentes y vulnerables… y solos, tremendamente solos… “Cuanto más tiempo pasa, peor me siento…es como un gusano que me come mi interior por no haberte defendido…”. Apareció en un chat tres días después de la muerte de Jokin, un chico de catorce años que se suicidó a causa de las burlas y palizas de algunos compañeros, y el silencio de otros…

En ese vacío me encuentro cuando miro fijamente a Dani y trato de aconsejarle que no lo permita, que no se calle, que sea valiente, que si ve algo lo denuncie… que debe ser insoportable vivir bajo la angustia de haberlo podido evitar… en ese vacío me encuentro cuando necesito que mis hijos lo vean a través de mis ojos, que no es justo, que lo que hoy les ha sucedido a algunos, mañana puede pasarle a otros…y que en esos otros pueden estar ellos… y que les gustaría tener amigos solidarios que les ayuden a salir del sufrimiento, a no estar solos, a hacer piña, a denunciarlo, a contarlo al director, al jefe de estudios, a sus padres, a sus profesores…

En esas me encuentro cuando recuerdo a Jokin, de catorce años, a Erika, sevillana de dieciséis; a Sandra, barcelonesa de diecisiete, a Marcos, inmigrante de ocho años; a Mónica de tercero de ESO, a Lucas de once años; a Pau, de catorce, a Mario de quince, a Lourdes, de apenas seis años, a Carolina…

Y vendrán muchos más. Los que aún hoy por miedo ni tan siquiera tienen el valor de confesarlo. “Mi dolor sigue oculto. El tuyo ya no, y servirá para hacer cambiar las cosas. Un beso”. Apareció junto a la muralla de Hondarrubia. Donde Jokin encontró el descanso que una retorcida vida le negó en apenas catorce años de existencia.

Soy padre. O trato de serlo. Animo, Dani, sé que tú serás capaz de hacerlo… aunque sea sólo por los que no pudieron…







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